miércoles, noviembre 28, 2007



Pócimas mágicas en Estación Mapocho,


“La Yerbería; 25 años de magia a la venta”



Un negocio de familia que lleva más de dos décadas vendiendo pócimas para el amor, la salud, el trabajo y otros varios. Los han acusado de adorar al diablo y de hacer sacrificios de animales en su honor. Por el contrario, estas hermanas han dedicado su vida a darle la batalla a la magia negra. Satánicas o no, en Estación Mapocho se habla de ella, se les conoce, y sobre todo se les respeta.

La gama de productos que ofrece doña Ema en su local es amplia; remedios para la desgracia que hasta el peor hipocondríaco se le ocurra inventar. Las especialidades de la casa apuntan especialmente hacia los conflictos amorosos. Las más vendidas son las mezclas preparadas de fumaria, “que enamora y luego amarra”, y flor de azahar, imprescindible para consumar un buen matrimonio. Para el reconocimiento laboral, se venden hojas y flores secas de gordolobo. Para la prosperidad y la riqueza, las raíces de grama son sin lugar a dudas la mejor opción. Pero si de asuntos más picantes se trata y lo que se busca es solucionar ciertos problemas de alcoba, el polvo de jengibre, la nuez moscada y la flor de lys actúan como excelentes afrodisíacos.

Un reloj despertador con la forma de Jesucristo y una virgen María llorando lágrimas de sangre observan a los transeúntes que circulan por la esquina de Gral. Mackena con Teatinos. La sucia vitrina que protege a las estatuillas exhibe además un montón de hierbas “mágicas”, cartas de tarot, imágenes de ídolos páganos, pócimas y cremas para el amor, el dinero y la suerte. Una fiesta de colores y fetiches que no discrimina ningún credo ni doctrina. Es la fachada de una de las tiendas de hierbas y remedios caseros más antiguas del barrio Estación Mapocho. Tan antigua que ni nombre tiene; un cartel con la palabra “Yerbería” escrita a mano invita a su público a entrar.

Hace 20 años, el panorama era distinto. Los negocios de botánica y las yerberías proliferaban en el sector y la clientela era abundante. Sin embargo, hoy las cosas han cambiado, y de los antiguos locales de este tipo sólo van quedando dos o tres. La “Yerbería” por su parte, lleva 25 años funcionando en manos de las hermanas Camacho. Hoy, es Ema y su hijo Roberto quienes manejan el último de los tres locales que un día conformaron el negocio. Esther, la hermana mayor, fue quien tuvo la idea de poner en práctica sus conocimientos sobre los “remedios del campo” y sacar unos pesos de ello.

“La magia siempre ha estado en la familia” dice Ema, quien asegura que se encargará de seguir transmitiendo sus dotes de generación en generación. Pero nada de brujerías ni rituales satánicos, es lo que primero advierte la dueña del local. Afirma que nunca falta la gente rara que llega pidiendo símbolos de bafomet (utilizados en las sesiones de magia negra) o muñecos de vudú. Las Camacho evitan estos asuntos, apenas quieren hablar al respecto; dicen que su propia madre murió a causa de un mal de ojo. De manera que en la tienda sólo se comercializan pócimas o hierbas que sirvan para ayudar a la gente.

En la “Yerbería” existen también productos exclusivos y extravaganzas difíciles de encontrar en otros lados, como el calendario gitano de Majoré que indica las fechas más favorables para tomar decisiones y actuar. También se ofrecen varios tipos de hilos dorados, los que sirven para los hechizos de atracción, y coronas de ajo seco para la suerte en año nuevo. Además, el local cuenta con una extensa colección de cuarzos, de todos los tamaños y formas posibles, para invocar energías positivas y alejar las malas vibras.

Según sus dueñas, el tipo de cliente que frecuenta un lugar como éste es alguien común y corriente. Desde jóvenes universitarias y colegialas hasta dueñas de casa y hombres de negocios. Los encargos más frecuentes se refieren a los temas amorosos, pero la dueña del local asegura que éstos también varían según las épocas del año. Por ejemplo, durante los últimos meses, la mayor demanda se ha centrado en pócimas para encontrar trabajo.

Roberto, el hijo mayor de doña Ema, trabaja en el lugar desde hace 5 años. Luego de recibirse como químico, entró al negocio para ayudar a su mamá mientras contrataban a alguien más. Pero el asunto le quedó gustando y hoy asegura que no cambiaría su trabajo por ningún laboratorio ni farmacia. Hoy, es él quien se encuentra en la línea de fuego, justo en el mesón principal atendiendo a los clientes.

Pero no todo es pintoresco y color de rosas en la “Yerbería”. En numerosas ocasiones, a quienes trabajan en el local se les ha vinculado con ritos satánicos, pactos con el diablo y hasta sacrificio de animales para rituales de sangre. La situación ha llegado a tal punto que incluso han acudido al lugar varios reporteros para interrogar a doña Ema y a Roberto. Ambos aseguran con determinación que jamás han participado en actos de este tipo y que tampoco lo harían.
Barrio Estación Mapocho:


Sexo, Verduras y Alcohol




El barrio Estación Mapocho es como un borracho a la antigua; grita, ríe y jamás pasa desapercibido. Entona una vieja canción que sabe de memoria, quizás porque le recuerda a épocas pasadas y mejores. Conoce a todos pero saluda sólo a los amigos, a los confiables. Ha visto muchas cosas y morir a muchos compadres. Poco a poco, se va quedando solo.

Guerra de Bares.

El Touring Bar lleva 89 años instalado en General Mackenna 1076, entre picadas que intentan hacerle la competencia con sus completos y chacareros. Tras el mesón color ciruela, una muralla de botellas de vino y otras de colores se extiende con encanto. Una caja registradora de proporciones gigantescas yace sobre el mesón, y detrás de ella apenas se divisa a la Vicky sacando cuentas. Esta mujer es dueña del local desde hace siete años, y nuera del dueño original. En el Touring Bar no se admiten revoltosos ni borrachos, aunque lo que más se venda sea la chicha y el vino navegado a $500 el vaso. El lugar es administrado sólo por mujeres, pero los clientes más fieles son en su mayoría hombres de edad.
A menos de una cuadra, en la calle Aillavilú, un edificio amarillo no encaja entre los locales de mala muerte y cafés con piernas. Es La Piojera, el bar de 91 años que la cultura guachaca ha decidido condecorar como Monumento de Los Sentimientos de la Nación. Su fama es indiscutible, cinco presidentes han pasado por él: Alessandri, Ríos, Allende y Frei padre e hijo. La Piojera se enorgullece de su clientela y cualquiera con buenos ánimos tiene las puertas abiertas. En su interior se canta, se ríe, se grita, y sobre todo se bebe. Si de tragos se trata, el “terremoto” y el “tsunami” son propuestas obligadas. Pero La Piojera no sólo es del pueblo, también conciente a su elite reservando para ésta el salón H.I.P. (“Huevones Importantes”). Es uno de los pocos bares en los que se mezclan las identidades y nadie lo nota; escritores, poetas, trabajadores, estudiantes. Lo que importa es la tolerancia.
Sin embargo, muchos sitios como éstos han pasado ya a la historia o han optado por renovar su clientela. Es el caso del Wonderer, antiguo rival de La Piojera y el Touring, que tras cambiar de establecimiento, dejó de lado la tradición y es hoy un pub para universitarios.


El Monstruo.

Los bares de Estación Mapocho se han ido perdiendo en la memoria. Y es que de seguro no debe ser fácil competir con el máximo devorador de turistas: el Mercado Central, que ofrece al público su interminable variedad de productos marinos y platos chilenos, prácticamente monopolizado por Don Augusto. Incluso los “lanzas” de la zona se internan a menudo entre sus laberintos con la esperanza de ponerse a salvo con su botín y dejar atrás a los carabineros de turno.
Café Con Coquetería.
Tentación Grado 3, Peter Pan, Pasión, Xenon, Tú y Yo son algunos de los cafés con piernas y sitios topless que se ubican entre Gral. Mackena y Santo Domingo. Ventanales polarizados, cumbias que se cuelan entre las cortinas de colores que hacen de puertas para estos locales, trabajadores de terno que ingresan con el maletín en la mano y casi siempre solos. Verdaderos refugios para el hombre chileno que ofrecen junto a un café algo más que una galletita.

Bandera de Colores.

Jeans y chaquetas, camisones de dormir, ropa interior, sombreros y bolsos, disfraces e incluso trajes de novia. Ésta es sólo una parte de los productos que ofrecen los numerosos locales de “ropa americana” de calle Bandera. Al interior de estos sitios no se admite ser quisquilloso, las mejores ofertas compensan la dudosa procedencia de las prendas en venta. El panorama es singular; cientos de perchas apretadas y ropa de colores que construyen ante la mirada de los transeúntes verdaderos arcoiris de telares.

Ancianos quejumbrosos, abuelas compinches, madres y sus hijos, ejecutivos y colegialas. El barrio Estación Mapocho jamás descansa. Incluso cuenta con sus propios personajes, como Osama Bin Laden, un hombre de edad, barba gris y tez oscura que deambula por el sector dejándose caer de bar en bar. Los vendedores de frutas y verduras a la salida del metro Cal y Canto, siempre tienen un piropo a flor de labios. Parece ser que ni la delincuencia, ni el narcotráfico, ni la prostitución, ni el Transantiago han logrado atenuar la alegría de uno de los sectores más propios de la tradición del centro santiaguino.

domingo, noviembre 25, 2007

De Neruda a Estación Mapocho;

Oda a la Vieja Estación Mapocho en Santiago de Chile

Antiguo hangar echado
junto al río,
puerta del mar,
vieja Estación rosada,
bajo cuyas
ferruginosas cavidades
sueños y trenes
saliendo desbocados
trepidaron
hacia las olas y las ciudades.
El humo, el sueño, el hombre
fugitivo,
el movimiento,
el llanto,
el humo, la alegría
y el invierno
carcomieron tus muros,
corroyeron tus arcos,
y eres hoy una pobre
catedral que agoniza.

Se fugaron los dioses
y entran como ciclones
los trenes ahuyentando las distancias.
De otro tiempo gentil
y miserable
eres
y tu nave de hierro
alimentó las crinolinas
y los sombreros altos,
mientras
sórdida era la vida de los pobres
que como un mar amargo
te rodeaba.

Era el pasado, el pueblo
sin banderas
y tú resplandecías
luminosa
como una jaula nueva:
con su cinta de barro
el río Mapocho
rascaba tus
paredes,
y los niños dormían
en las alas del hambre.
Vieja Estación no sólo
transcurrían
las aguas del Mapocho
hacia el océano,
sino también
el tiempo
Las elegantes
aves
que
partían
envejecieron o
murieron en París, de alcoholismo.
Otra gente
llegó,
llenó los trenes,
mal vestidos viajeros,
con canastos,
banderas
sobre amenazadoras multitudes,
y la vieja Estación
reaccionaria
se marchitó. La vida
creció y multiplicó su poderío
alrededor de todos los viajeros,
y ella, inmóvil, sagrada,
envejeció, dormida
junto al río.
Oh antigua
Estación,
fresca como un túnel
fueron
contigo
hacia los siete océanos
mis sueños,
hacia Valparaíso,
hacia las islas
puras,
hacia el escalofrío de la espuma
bajo
la rectitud
de las palmeras!

En tus andenes
no sólo
los viajeros olvidaron
pañuelos
ramos
de rosas apagadas,
llaves,
sino
secretos, vidas,
esperanzas.
Ay, Estación,
no sabe
tu silencio
que fuiste
las puntas de una estrella
derramada
hacia la magnitud
de las mareas,
hacia
la lejanía
en los caminos!
Te acostumbró
la noche
a su vestido
y el día
fue
terrible
para tu viejo rostro
allí
pintado falsamente
para una fiesta,
mientras tu subterráneo
corazón
se nutría
de distantes adioses
y raíces.

Te amo,
vieja Estación
que junto
al río oscuro,
a la corriente turbia
del Mapocho,
fundaste,
con sombras pasajeras,
tu propio río
de amor intermitente, interminable.



Por Pablo Neruda.






La administradora, BGJ.

Queridos capitalinos.

Es una realidad actual el que muchos capitalinos se han vuelto ajenos a lo que pasa en el centro santiaguino, debido a su remota ubicación, su pésima fama, la constante congestión, y por supuesto lo complicado que se ha tornado acceder a él gracias al Transantiago. Sin embargo, ninguno de estos factores justifica que los chilenos, y en especial los santiaguinos, ignoren lo que sucede en uno de los barrios más antiguos de su ciudad.

Este blog está destinado a retratar e informar sobre realidades que a diario se desarrollan en un sector que un día fue glorioso, vanguardista y hasta glamoroso; nuestra querida Estación Mapocho, el Mercado Central y sus alrededores. Hoy sin embargo, el panorama ha cambiado. Las antiguas citronetas y renoletas, los carretas de caballos y los trenes han dado sido reemplazados por las micros, el taco, los paraderos llenos y las estaciones de Metro. Aquellas calles que un día fueron pisadas por turistas que llegaban a Santiago a contemplar su gloria de país en vía de desarrollo, hoy están sucias, agrietadas, llenas de perros vagabundos y otros vagabundos “no tan perros”. Parece ser que las sonrisas ya no existen en el barrio de Estación Mapocho. Y es que nos hemos empeñado en concentrarnos y escuchar lo malo y lo fallido del sector, haciendo caso omiso de los encantos que aún permanecen a la vuelta de sus esquinas.

Vivir “de Plaza Italia para arriba” ya no es una excusa. Este proyecto de blog nació como un trabajo universitario, un experimento mediático para asumir responsabilidades y “jugar a ser periodista”. Pero su importancia trasciende más lejos. Si con él es posible facilitar el dar a conocer y enseñar a todos lo que ocurre en uno de los sectores más ajetreados de Santiago, en el que se funden todas las clases sociales y laborales, en el que no importa la política ni la religión, ni la edad ni el sexo, entonces que así sea. Bienvenidos. Están cordialmente invitados a ESTACIONARSE EN MAPOCHO.

La administradora, BGJ.